No todo es miel sobre hojuelas a la hora de viajar. Es lindo conocer otros lugares y ver otras realidades, pero la verdad es que hay algunos detalles que aunque se convierten en anécdotas, de pronto no son tan agradables. Aquí les comparto una al llegar a NYC.
Mi esposo no es de México y aunado a eso, tiene visa de trabajo en USA así que cuando vamos de viaje para Estados Unidos obvio a él en un 2×3 ya le pusieron el sello de bienvenida en su pasaporte. El tema es que yo saco mi pasaporte de MEXICO y bueno… ahí las preguntas interminables de qué hago ahí… y que ponga el pulgar derecho en su maquinita, ahora el izquierdo… ahora el dedo indice derecho… y también el izquierdo, y así hasta poner los diez dedos de las manos. Sinceramente, me dan ganas de poner otro tipo de huellas, pero no quiero que me trepen de vuelta en el siguiente avión a México. Igual ya sé que me sellarán mi pasaporte y me dirán «Welcome!«, pero la verdad, últimamente estoy predispuesta con el nuevo presidente de ese país.
¿Estaré mal?
De todos modos, ese detalle no mermó para nada la diversión en mi viaje y la fascinación por Nueva York con todo y sus ríos de gente.
Hace poco me sentí muy identificada con una cuenta que sigo en Instagram, que decía que Nueva York no es para caminantes lentos ¡y es totalmente cierto! Sobre todo en la Quinta Avenida donde todos van como si trajeran rieles.
Yo considero que camino rápido, pero después de unos días de estar allá y haber recorrido unas decenas de kilómetros, de pronto sentí que esas olas de gente me llevaban más rápido de lo que yo quería caminar, así que me subí unos minutos a unas escaleras justo en la esquina de la 53th St y Fifth Avenue y me aparté un momento de esa vorágine.
Estuve ahí tomando algunas fotos y no de algo en particular, sino de la avenida, de las personas al pasar, de los camiones. Los escalones estaban vacíos cuando llegué, pero pronto se convirtieron en punto de reunión de varias personas.
Involuntariamente escuché una que otra conversación y es que estuve ahí casi diez minutos, pero en ese corto lapso de tiempo, se paró una familia junto a mí a decidir dónde ir y ponerse de acuerdo, porque al parecer unos querían hacer una cosa y otros, se empeñaban en ir en dirección opuesta. Después, un grupo de turistas asiáticos (a ellos no les entendí mucho…) también subieron esas escaleras y parecían estar viendo una aplicación del celular.
También un fotógrafo decidió irse justo al peldaño debajo de donde estaba yo a cambiarle el lente a su cámara y ponerle un transmisor en la zapata; más tarde, un grupo de adolescentes a los que también les latió ese espacio, se pararon un rato ahí para mirar hacia arriba y para todos lados.
Me gustó ese pequeño respiro. Creo que en la ciudad donde vivo no lo he hecho nunca eso de parar-para-ver. En cierta forma al viajar puedes darte esos pequeños lujos. Observar un poco más… tal vez de espiar furtivamente a un grupo de personas que se cruzan en el mismo espacio y tiempo contigo y, aunque son absolutamente desconocidas, ahora también ya forman parte de tu viaje.
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